jueves, 29 de diciembre de 2011

Mi experiencia como madre

Mi hijo mayor nació en la semana 28 de gestación por ruptura de membranas y con poco líquido amniótico. Con 1.560 kg de peso y 38 cm y otras consecuencias de su prematurez y bajo peso, su pediatra nos orientó muy bien de su condición en ese momento. También nos advirtió de posibles problemas de aprendizaje asociados a estos antecedentes. Tuvo seguimiento neurológico y terapia física indicada en sus primeros meses. Y aunque con algunas etapas levemente retrasadas y un reflujo de grado 3 con tratamiento, su desarrollo continuaba estable. Sólo me llamaba la atención que era muy observador y callado, sonreía poco y se mantenía reservado hacia otras personas.


Durante la etapa preescolar nos hacían observaciones de su comportamiento introvertido pero observador y nos tranquilizaba saber que cada niño posee su propio ritmo de maduración y que tarde o temprano se nivelan. De esta etapa me llamaba la atención que no toleraba ruidos fuertes o repentinos, que le costaba trabajo atarse las agujetas, abrir envolturas y le estresaba ensuciarse las manos y le molestaban las etiquetas de la ropa. Disfrutaba mucho de todo tipo de música.


A la edad de 6 años, cursaba el último año preescolar, ya que en el sistema de la escuela se admitía a los niños a la Primaria con 7 años cumplidos. Sin embargo, en la última entrevista del curso, las profesoras nos recomendaron una evaluación psicopedagógica, y una escuela con grupos pequeños, ya que observaban que se atrasaba en el ritmo de trabajo del grupo. Sus profesoras de deportes reportaban bajo tono muscular y poca precisión en los movimientos pero buena disposición. Recuerdo que con frecuencia se frustraba y lloraba con facilidad sin motivo grave en apariencia.


En esa evaluación psicopedagógica, se encontró buena disposición para trabajar, niveles sobresalientes para su edad en varios aspectos que denotan nivel de inteligencia, pero problemas de percepción visoespacial, períodos cortos de atención, dificultad para concentrarse que aunque una vez lograda, con resultados buenos, entre otras cosas. Trabajamos en casa basados en las sugerencias y estrategias recomendadas. La sugerencia de la psicopedagoga era diseñar un programa personalizado con ejercicios para entrenar la percepción.


En 2010 y cursando 2o. año de primaria lo evaluó una neuropediatra y no encontró TDA (déficit de atención), pero sí inatención y torpeza motríz, fueron sus palabras. Le indicó un medicamento como estimulante: 25 mg. diarios de Strattera durante tres meses. Trataba de encontrar algún cambio significativo desde que empezó a tomarlo, al igual que sus profesoras que me señalaban la necesidad de un diagnóstico y sugerencias de manejo en clase. Volvió a evaluarlo la neuropediatra y le repitió por otros tres meses la misma dosis.


Pero no me gustó lo que vi: tenía un comportamiento aletargado donde no parecía que fuera el niño tímido pero curioso de antes. Además, siempre comió bien sin excesos y repentinamento bajó mucho su apetito.

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